domingo, 19 de noviembre de 2017

HORNO DE BARRO

 LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 50 – 19/11/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En otros tiempos ha sido como una postal de la argentina, porque no solo en nuestra campaña, sino en todos los rincones del país, era común que al lado de un rancho criollo bien plantado, se encontrase un horno  de barro. Hoy, si bien ese paisaje ha cambiado, el horno de barro o de ladrillo y barro, perdura, y ya no solo en casas de campo, sino que también en residencias puebleras, pues las nuevas técnicas han facilitado su construcción y hasta se los vende hechos. Pero volvamos al ayer.
Para aquellos que no lo hayan visto (cosa que creo difícil), su forma remeda la del nido del hornero, ya que como en éste el material primordial es el barro, es redondeado y abovedado, y como si fuese la entrada del nido, está la boca por la que se ingresa lo que haya que cocer. En la parte opuesta a la boca y en el sector más alto, se le confecciona una abertura pequeña que se denomina “tronera” y que oficia de chimenea o tiraje.
Normalmente se confeccionaba una estructura fuerte de más o menos un metro de altura, sostenida en cuatro esquineros formando una base cuadrada sobre la que se construía el horno. Con referencia a esta base, en su “Diccionario de Argentinismos”, Diego Abad de Santillán nos apunta una particularidad que ya compartimos: “En algunas regiones, al construir el horno, trazan en el centro de su mesa una cruz con sal, que luego cubren con barro o con otra camada de ladrillo, y que, según la creencia popular, hace que no se quemen los alimentos puestos a cocer”.
Para calentar el horno se ingresa leña fina por su boca y algunas astillas de buena madera, como el tala, ubicándolas en el centro de la base, donde se encienden; al consumirse el fuego, las paredes interiores deben verse como de un blanco iridiscente, y su temperatura se verifica introduciendo algunas hebras de pasto bien seco o un trozo de papel, que al instante deben encenderse.
Bien caliente el horno, se cuece en él el pan casero, empanadas, pasteles, tortas, un lechón, etc. etc.
Al momento de cocinar los alimentos, se tapa la boca del horno lo mismo que la tronera evitándose así la perdida de calor.
No se borran de los recuerdos del ayer, las ricas empanadas de dulce de membrillo que preparaba mi abuela “Chicha” Cepeda, y que cocía el horno que había templado con eficiencia mi tío Raúl Mercante.

Poetizando algo de lo que hemos dicho, vayan ahora los versos que escribiera Marcelo Altuna (Se pueden leer en el blog Antología del Verso Campero)

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