miércoles, 28 de febrero de 2018

LUIS DOMINGO BERHO (Charla 5)


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 33 – 28/02/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Don Domingo tenía cierto escozor a que se le endilgase el mote de “poeta gauchesco”. Ignoramos los motivos. Por eso la primera vez que nos dimos la mano allá por 1984, inmediatamente me aclaró “-Yo no soy un poeta gauchesco”, sorprendiéndome al punto que no tuve la rápida reacción de preguntarle por qué lo decía.
Casualmente el poeta y periodista Pedro Leguizamón que mucho lo trató en su época de vida marplatense, lo deja expresado en un artículo que publicara en el diario “La Capital”, cuando dice: “él no quería que lo calificaran de ”.
No sé si tendrá que ver, pero en aquellos tiempos no acostumbraba vestir de bombacha y bota, presentándose de saco y corbata, adoptando el indumento paisano cuando su presencia se hizo infaltable en el ámbito de las jineteadas.
Con respecto a su último libro, “De Mi Galpón”, él abrigaba íntimamente la posibilidad de hacer un libro como lo habían sido los “Cortando Campo” y “Puerta Ajuera” de sus inicios, pero en este caso buscando hacer una especie de “antología personal”, eligiendo lo que consideraba  más valioso de su producción. De esas conversaciones previas surgió que su amigo de Navarro, Rubén Trezza, se ofreció a financiarlo, dispuesto a encarar una tirada importante. De allí también, de esos pagos, nació la idea de que se me consultara, respecto a cómo hacerlo, dónde, y aquellas otras cuestiones que yo considerase. Aceptada la propuesta (tengo en alta estima la relación amistosa con Trezza), Berho no dudó en remitirme un sobre con los versos elegidos, y hasta aceptó mis opiniones y sugerencias. Dos o tres veces fueron las cartas, entre San Justo (donde vivía) y La Plata, con el material del libro, y cuando ya estaba decidida la editorial en que se haría, y se había aceptado un presupuesto, sobrevino su descompensación e internación, por un problema que en apariencia no eran de suma gravedad, al punto que en las vísperas del día fatal, le comentó a unos amigos que lo visitaban, que ni bien le dieran el alta tenía que ir a La Plata para hablar con Risso.
Desgraciadamente, a las 11.40hs. del sábado 26/09, fallecía en la Clínica de la Ciudad de San Justo donde estaba internado. Tenía 67 años.
Daba la impresión que aquel proyecto suyo dormiría el sueño de los justos. Pero un día, por casa de Nelfi Trimarchi en San Justo -donde Don Domingo vivía-, aparecieron tres hermanas, sobrinas carnales del poeta, en busca de sus pertenencias y papeles; fue así que de allí se comunicaron con Agustín López. Con muy buenas intenciones para preservar la obra del tío, donaron aquellas pertenencias a la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, y respecto de sus versos, asumieron la publicación del libro que aquél añoraba, y allí volví a entrar en contacto con el proyecto, que fue aumentado respecto del prototipo original, habiéndose convocado al artista Rodolfo Ramos para confeccionar la tapa y contratapa, quien así lo hizo con total desinterés económico. Y en septiembre de 1999, “De Mi Galpón” era una realidad. 82 versos lo integran, no están todos pero si una gran parte.
Cierro con una anécdota: Don Domingo era un hombre reservado, de pocas palabras, y solo de hablar cuando se encontraba cómodo; para nada “cholulo” y de muy bajo perfil.
En noviembre de 1986, nos encontramos en el Salón Dorado de la Casa de Gobierno de La Plata, en ocasión de la entrega del Premio “Payador” que entonces otorgaba Radio Provincia. Él estaba ternado como poeta, junto con Castello Luro; el tercero se me ha olvidado, pero lo cierto es que el ganador fue Berho. Aquel día me entregó un ejemplar de su entonces nuevito folleto “Tranquera de Alambre”, con una dedicatoria que reza: “Al pichón de poeta Carlos Raúl Risso con quien me une una tranquera de alambre”. ¿Y esto por qué? Tiempo antes, al encontrarnos en una jineteada yo le había dado mi “De Sangre Pampa”, y un tiempo después, una noche en que estaba cenando, suena el teléfono y para mi sorpresa quien llamaba era Berho, y muy preocupado me entró a contar que tenía prácticamente en la imprenta un trabajo nuevo con el título de “Tranquera de Alambre” y que recién había reparado que yo tenía un verso del mismo nombre y que no quería quedar mal conmigo. Le respondí algo así como: ¿Qué problema se hace? Usted es el hombre conocido; nadie va a asociar sus versos con los míos. Quédese tranquilo y dele para adelante. Por eso entonces aquello de que “nos une una tranquera de alambre”.
Esperando haber aportado algo, cerramos estas evocaciones, y aprovechamos para mostrarlo justamente con esos versos de “Tranquera de Alambre”: (se puede leer en el blog "Antología del verso campero")

jueves, 22 de febrero de 2018

LUIS DOMINGO BERHO (Charla 4)


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 30 – 21/02/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Habiendo detallado sus libros y sus grabaciones, vamos ahora por los primeros temas que los cantores le grabaron.
Él siempre estuvo muy agradecido con Víctor Velázquez, que allá por  1968, en su disco “Entre el Sur y el Litoral” -editado por Discos London-, le grabó, logrando muy buena repercusión en su momento, el tema “Las Dos Aves”, que ocupó el primer lugar en el lado B del larga duración. El mismo incluyó también temas de Ñusta de Piorno, Víctor Abel Giménez y Roberto Cambaré, toda gente de Mar del Plata, lo que motivó que en el salón del Hotel Sindical de Luz y Fuerza se llevará a cabo un acto de presentación, que resultó un éxito. Esto allá por el mes de julio.
El mismo año, “El Negro” Argentino Luna le graba las décimas de “Cosas del Tambo” con ritmo de cifra, y con el nombre de “Tambo” a secas y siendo un fragmento del tema original ya que no tiene todas sus estrofas. Aquel disco se llamó “Un Cantor de Soledades”. Desconocemos cual de las dos composiciones se grabó primero.
Al año siguiente, 1969, en su primer disco grabado para el sello Discomundo con el título de “Así Soy”, Francisco Chamorro incluye su versión de “La Chata”,  tal el título original, que más adelante volvería a grabar, y ahora al igual que otros intérpretes, con el nombre de “La Chata de Lobería”. En esta y otras grabaciones no se interpretan la 1° y 5° estrofa.
“La Chata” y luego “Estación de Vía Muerta” (también con música de Chamorro), serían dos verdaderos éxitos en la voz de Alberto Merlo, pero ya serán incontables los intérpretes que graban temas de Berho: Héctor Del Valle, Beto Ruidíaz, Tito Ramos, Claudio Agrelo, Eva Cardozo, Triviño Montiel, Daniel Garbizu, Manuel Rosa, Atilio Payeta, Rómulo Nahuel, etc.
Ya desaparecido Berho, Alberto ‘Beto’ Ruidíaz de quien puede decirse que era un amigo, edita un disco compacto titulado “Sentimientos del Corazón – Recordando a Luis Domingo Berho”, que contiene 17 zambas de su autoría, todas musicalizadas por el intérprete. Lamentamos desconocer el año.
Su tema “Estación de Vía Muerta”, se transformó en la representación cabal para aquellos habitantes de pueblos que se habían quedado sin el tren. Mucho se ha hablado del tema, por eso se hace importante, dar lectura a la carta que el propio autor escribiera bajo el título de “Historia de una Canción”: “En la madrugada de un día de Marzo de 1969 salíamos de la ciudad de Coronel Dorrego en un camión viejo con un compañero de trabajo. Íbamos a realizar unas tareas en la chacra del señor Uslenghi. El vehículo en que viajábamos no desarrollaba mucha velocidad, por lo tanto no se sorprendan si les digo que la salida del sol nos encontró recién llegando a Faro. Fue entonces que Pedro Montero, levantando su mano derecha que tenía sobre el volante, me dijo: “esa es una estación de vía muerta”. Esta metáfora, tan patética como enorme, tocó mi sensibilidad. El sol, que ya se elevaba sobre la línea del horizonte, iluminaba todo el andén, sobre el que se veían algunos gorriones que hicieron caso omiso de nuestra cercanía. Aquella mañana luminosa era perfecta en su quietud. Las vías estaban cubiertas de pasto, las puertas estaban cerradas, el molino inmóvil, el embarcadero sin ningún linyera… El lento avance del camión hizo que todo fuera quedando atrás.
Lo último que vi fue uno de los letreros, y las cuatro letras de la palabra FARO, se quedaron en mi retina, acaso, para ponerle nombre a mi emosión. Nos fuimos mientras mi vista se perdía por los rastrojos de trigo recién cosechado, volviendo mi espíritu hacia la infancia y llenandome de nostalgia. Sin embargo la fuerte impresión del espectáculo que acababa de ver acudía a mi mente con insistencia. Pensé en un gran poema épico, digno de los mas grandes bardos de la poesía universal, por lo tanto deseché la idea de escribir un solo verso sobre el asunto. Aquel grandioso motivo no era para mi pobre musa. Aquella “vía muerta” era un cadáver de muchos kilómetros de largo, con una espléndida y maravillosa historia, llena de vicisitudes progresistas. Querer darle forma digna a aquella portentosa epopeya era tarea superior a mis fuerzas. Descartándo todo propocito al respecto me quedé tranquilo y nuestro viaje continuó hasta llegar a destino.
Pasaron 7 años desde aquel día, y la vida me llevó por otros caminos, pero aquella imagen de desolación siguió apareciendo en mi memoria con cierta persistencia, como pidiéndome que le diera algún tipo de vida, para estar de alguna manera en el recuerdo de alguien. Así fue que un buen día me dispuse hacer lo único de que soy capaz: plasmar en versos sencillos y populares el bosquejo idealizado de aquella estación avandonada. Me limité a recordar y decir. Lo demás es historia conocida. Don Alberto Merlo llevó a disco mi trabajo y desde entonces su éxito no ha decaído y su vigencia es permanente”.
                                        Luis Domingo Berho
(Textual. Se ha respetado la grafía y puntuación original)

Cerramos la evocación con la lectura de su verso 'mas gaucho': "Historia de un Relincho", que se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero".

domingo, 18 de febrero de 2018

MERCACHIFLE


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 60 – 18/02/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
En tiempos del “campo de ayer”, cuando los caminos eran escasos y el avance comercial en la llanura estaba dado por las pulperías que eran verdaderas islas en la inmensidad de la campaña (nunca muy surtidas, salvo en el rubro “bebidas”), en la provisión de elementos suntuarios, baratijas y algunas pilchas, se supieron ganar un lugar esos personajes que trascendieron los tiempos identificados como “mercachifles”.
La palabra pareciera derivar de la voz castellana antigua o anticuada, “merchería”, usada para designar la venta de mercadería menuda y de poco valor, y ésta ha sido voz utilizada por Hernández en su Martín Fierro, cuando pone en boca de Picardía: “Ma gañao con picardías- / decía el gringo y lagrimiaba, / mientras yo en un poncho alzaba / todita su merchería”.
El “mercachifle” ha sido en nuestros campos el buhonero europeo, el vendedor ambulante.
En sus orígenes comerciales cruzaban la campaña caminando y portando la mercadería en cajones de dos tapas, que llevaban sobre su cabeza, de allí que la primera denominación respondió al apodo de “cajoneros”; solían desplazarse en yunta al efecto de portar más mercadería, y como autodefensa en un paisaje diferente al suyo y algo salvaje.
Si bien es común que tengamos asociado al “mercachifle” con el “turco” (inmigrantes que en realidad eran de origen sirio o libanes, pero que hasta 1918 formaron parte del Imperio Turco), los primitivos “cajoneros o mercachifles” fueron italianos y españoles.
El siguiente paso en su progreso comercial fue agenciarse una yunta de caballitos mansos -viejos a veces-, con los que aliviaban y aligeraban sus largas andanzas,  y el paso posterior fue comprar una jardinera para desplazarse con más comodidad y mayor cantidad de mercadería.
De aquí en más, aquellos que con gran sacrificio lograban amasar algún capitalito, solían establecerse en algún pueblo o bien plantar alguna “esquina” en un camino transitado.
De mi niñez recuerdo un comerciante de estos, que ya en un furgoncito, con la caja acomodada como la estantería de un almacén y con el techo rodeado por un barandal que le permitía echar allí cajones o alguna bolsa, recorría la Ruta 11 entre La Plata y Magdalena, con clientes a todo lo largo del camino. Correa era su apelativo.
En el sur de la provincia también los hubo, y de por allá por 1890, es el recuerdo que acerca D. Nicanor Magnanini en su libro “El Gaucho Surero”. Nos cuenta: “Ya habían llegado los “cajoneros”, los vendedores ambulantes de la época, quienes recorrían la campaña montando un siempre escuálido sotreta y llevando otro igualmente viejo, “deshecho”, de tiro. Ambos caballos cargaban cajones en sus flancos, portadores de las mercancías, por lo general géneros, ropas, puntillas, pañuelos, botines para chicos, perfumes (…) ordinarios (…), medias, alpargatas y a veces bebidas y frutas. Solían comprar cerda y cuero de gato montés y zorro. Cumplían comisiones trayendo encargues. Llevaban una vida que podría clasificarse de heroica (…). Cruzaban los campos en largas jornadas, por rumbos desiertos en llanuras desoladas, aguantando estoicamente en aras de la fortuna que soñaban amasar aquellos ambiciosos italianos y españoles, las rudas inclemencias de crueles inviernos y plúmbeos soles de verano con sus habituales vientos tan intensos como mortificantes. // Fueron ellos los precursores del comercio rural. Muchos hicieron fortuna y muchos murieron, a veces asesinados, quedando sus cuerpos para banquete macabro de cuervos, chimangos y toda la fauna carnívora (…). // A estos “cajoneros” los reemplazaron los “mercachifles”, quienes, ya en mejores condiciones circularon en “jardineras”, y de españoles e italianos se pasó al mercader turco más artero y rapaz que aquellos”. Aclaro: la opinión es de Magnanini.
Don Luis Domingo Berho, le dedicó y retrató en un tema que tituló “Turco Mercachifle”: 
(Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 14 de febrero de 2018

LUIS DOMINGO BERHO (Charla 3)


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 31 – 14/02/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Si bien el miércoles pasado ya nombramos algunos de sus libros, nos centraremos hoy en detallar a todos y cada uno. El primero -como ya vimos-, fue “Cortando Campo” en 1954; “14 sonetos ½”, editado por la marplatense Cooperativa de Autores, como “Cuadernos Marplatenses N° 1”, sin fecha de publicación, pero que estimamos de la década de 1950; el 20/10/1972, ya en Bs. As., “Puerta Ajuera”; en diciembre del mismo año “La Milonga Macabra”, folleto de 24 páginas que contiene un solo verso de 97 décimas; el 3/01/1975 el opúsculo “Antiprosas”; “La Chata de Lobería” 08/1983, “Estación de Vía Muerta” de 08/1984; le sigue “Milongas Tuercas y Humoradas Tuercas”, de 04/1985 y “Tranquera de Alambre” de 11/1986.
Sin ningún tipo de datación tenemos el folleto “El Maceta… y otras composiciones”; y las cartulinas de un solo poema: “Receta del Guiso Carrero”, “Sulki Viejo”, “Galleta’e Campo”, “Alpillera” y “Molina Campos”, esta última publicada por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Gral. Rodríguez con auspicio provincial, se tratan de cuatro décimas dedicadas al artista plástico, que en contratapa lleva una partitura musical firmada por Jorge Luis Pavón, entendemos debe ser una milonga.
En condición de póstumo, en 09/1999 aparece su deseado libro “De Mi Galpón” que contiene 82 poemas, y cuenta con tapa y contratapa del calificado artista plástico Rodolfo Ramos.
A estos trabajos debemos sumarles sus grabaciones en cassetes que totalizan 7 producciones, ninguna de ellas fechadas; con cinco identificadas como generadas por Discos I.A.S, una por Discos H.S y la restante sin datos.
Sus títulos: “Cortando Campo”, “Domingo Berho”, “Arpillera”, “Tranquera de Alambre” (de estos cuatro hay una versión en Disco Compacto), “El Maceta Viejo”, “Galleta de Campo”, y “Milonga Macabra (tomo 1)”
En ellos graba un total 65 composiciones (con algunos temas como una chacarera y una zamba) que no figuran en ninguna publicación), y  aparentemente la mitad de “Milonga Macabra” por eso de “tomo 1”, ignorando si llegó a grabar el “tomo 2”... creemos que no.
Mucho lamentamos quienes andamos hurgando en la obra de distintos escritores, la falta de datos en sus trabajos, y de eso adolece  toda la obra de Berho: nunca hay una introducción o prólogo que cuente y brinde información; faltan las fechas que permitan dar un ordenamiento a su labor. Carencias fácilmente solucionable y que no hubiesen encarecido las ediciones.
A diferencia de Charrúa, Menvielle o Risso, enfrascados tozudamente en lo de ambiente rural, Berho no tenía inconveniente en diversificar su trabajo y encarar composiciones ajenas por completo al ámbito paisano, como las “Milongas Tuercas”, las “Antiprosas” o los “14 Sonetos 1/2”.
Redondeamos esta charla con la lectura de las ocho décimas de “El Pilchero”, que se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero"


domingo, 11 de febrero de 2018

CANDIL

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 59 – 11/02/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
En los tiempos de la ‘Patria Vieja’ el asunto de las luminarias puede decirse que fue un problema si lo miramos con los ojos de hoy, pero para la gente de esos entonces, acostumbrada a arreglarse con poco, no le causaba trastornos.
Seguramente la ‘primera luz’ la brindaron las llamas del fuego, pero ante la necesidad de poder llevar la luz de un lugar a otro de una forma manual, se recurrió al “candil”.
La voz “candil” tiene un origen muy remoto si nos atenemos a que deriva del latín “candela”; de ésta, en el árabe antiguo se formó la palabra “qindil”, y durante el largo proceso en que los árabes dominaron media España, derivó en la expresión árabe-hispana “qandil” -escrita con ‘q’-, que finalmente castellanizada es la que hoy conocemos, escrita con c: “candil”.
Su construcción ha sido muy simple recurriéndose a recipientes de varios tipo de tamaño regular a chico: una lata, un cucharón en desuso, un frasco, y muy comúnmente en nuestra campaña, una pezuña o una media asta o punta de guampa; por eso, en un verso de hace años pusimos: “un candil hecho en guampa, ver me deja / al volcar su penumbra por el real…”.
El recipiente se cargaba con sebo de vaca o grasa de potro, y se agregaba un pedazo de trapo que hacía las veces de mecha, cuyo extremo exterior era el que se encendía; su luz era pobre y además del fuerte olor tenía la contra del humo que producía… pero, parece que algunos paisanos le habían encontrado la vuelta, por eso en sus “Cuentos del Caminante”, don Rafael Darío Capdevila transcribe el dato brindado por un informante, y dice: “El agüelo se fabricaba unos candiles que no echaban casi humo. Sabe que entre la grasa le mesturaba bastante ceniza. Le ponía un pabilo grueso que vendían en lo de Bedoya y así los armaba.”. Vale acotar que esta particularidad es de la zona de Tapalqué.
Nuestro siempre evocado Artemio Arán pone en su prosa una veta poética cuando describe su uso: “En los inviernos preside las reuniones en la cocina y cuelga sombras descoyuntadas con ayuda de la brisa, decoración para que el narrador se luzca. // Y en las noches estivales, es como pulpería, donde las mariposas y el bicherío gastan su pilchaje de alas en borracheras de luz”.
Evocando esos bailes de los que hablamos unos programas atrás, y en lo atinente a la iluminación, dice don Ambrosio Althaparro: “Si la pieza tenía lámparas de tubo no necesitaba refuerzo de iluminación; si solo disponía de candil, era indispensable agregar uno o dos más, según los elementos con que se contase para armarlos. Las velas de factura casera solían usarse también, empleando botellas como candeleros”. Estas, las velas, terminarían desplazándolo.
Don Wenceslao Varela, en la dedicatoria de su libro casualmente titulado “Candiles” usa una metáfora que reza: “A mis padres, para que, en la tenue luz de mis ‘candiles’, llenen sus ojos opacos y activen el ritmo perezoso del corazón cansado”.
Ilustramos con las décimas que escribiera el poeta de Las Flores, Ricardo "TiTo" Urnissa, tituladas "Candil", que se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista"

miércoles, 7 de febrero de 2018

LUIS DOMINGO BERHO (Charla 2)


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 30 – 07/02/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Tras aquellos primeros pasos en la vida relatados en la charla anterior, sabemos gracias a Roberto Cambaré (quién cuenta que mantuvieron: “una amistad muy apoyada en lo literario”), que el llamado al servicio militar -esto debió ocurrir hacia 1945- los llevó a presentarse en la Guarnición Militar Mar del Plata; allí, en un gran playón, formados bajo ardiente sol estuvieron los aspirantes a soldados durante horas, lo que provocó que algún cayeran agotados y otros pidieran ayuda por sentirse mal. Así fue que los afectados (el problema general era insolación), iban siendo derivados al Sector Enfermería, y en un momento dado el propio Cambaré debió ser enviado a dicho sitio; realizadas las primeras atenciones y viendo que su estado no era delicado, lo pusieron a barrer la sala donde estaban las camas en las que reposaban siendo atendidos aquellos aspirantes más delicados. Cuenta el autor de “Angélica” que  mientras barría sintió ganas de decir el poema “El Temulento”, y como curiosamente estaba prohibido recitar y no así cantar, inventó una melodía y cuando comenzó con el primer verso (“Ya van tres noches de festín, en ellas”), escucha que desde una de las camas alguien entona el segundo verso -“ávido el corazón de un algo inmenso”-, y continuó Cambaré y continuó el enfermo, y así, cantando bajo hasta el final del poema, donde recién supo que ese otro joven se apellidaba Berho, naciendo a la edad de 20 años y por una casualidad poética, una “amistad en lo personal y en lo afectivo, que fue muy grande”.
Hoy podemos compartir esta anécdota, pues el periodista y poeta Pedro Leguizamón, lo hizo público en un interesante artículo publicado en la sección “Cultura” de “La Capital” de Mar del Plata, un mes de febrero de hace 17 años. Los méritos, para quienes los merecen.
Cumplen ambos el servicio militar en la ciudad de Bariloche aunque en distintos regimientos, y al recibir la baja será Mar del Plata el lugar que los reunirá, pues Berho ya tenía allí “su piecita”, y Cambaré abandonará su Balcarce natal para mudarse a  la ciudad costera. 
Mar del Plata vivía un importante movimiento de raíz telúrica, y allí se suma a las reuniones de “Vasco” Giménez, de los hermanos Gromaz, de Ñusta de Piorno por citar a los que más trascendieron.
Ignoramos cual fue su medio de vida en esa época, pero si sabemos que la literatura lo tenía muy ocupado, al punto que a los 28 años, o sea por 1954, da a conocer su primer libro de versos “chacareros” que bautiza “Cortando Campo”, casualmente el titulo de un largo verso en décimas de tono más vale de humor criollo.
Pero lo que generalmente denominamos “gauchesco” no era por cierto su obsesión, y así, una Cooperativa de Autores marplatenses le publica un pequeño volumen llamado “14 Sonetos y medio” que nada tiene que ver con lo que de él aplaudimos, al que años después, ya en Buenos Aires, sumará otro raro ejemplar que denomina “Antiprosas”, esto por 1975.
Buscando entre sus obras menos difundidas, ilustramos con "Domingo" (el verso se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 4 de febrero de 2018

CHIRIPÁ


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 58 – 04/02/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Sin lugar a dudas fue el chiripá prenda infaltable en los atavíos del gaucho neto durante el Siglo 19, o sea la centuria del 1800. Sus antecesores habían usado el calzón, especie de pantalón ajustado hasta la rodilla, a esa altura abierto en los costados (prenda similar a la que suele verse usar a los toreros), y por debajo el calzoncillo cribado, tal cual se siguió usando con el chiripá.
En cuanto al significado de dicha palabra, siempre ha tenido más prensa la versión que le da origen quichua: “chiri” = frío, “pac” = para el, o sea una prenda para abrigarse, “para el frío”.
El afamado quichuista don Domingo Bravo ha dicho que en sus estudios encontró que no contienen dicha palabra los diccionarios de Perú, Ecuador ni Bolivia, y deduce que esto fue porque en esas naciones no se usó tal prenda, de ahí que él sostiene que su origen deviene del quichua santiagueño, donde la palabra original tiene que haber sido “chirípaj” y no “chiripa”
Ahora bien, hay otra versión muy poco conocida, y es la que da el afamado investigador criollista uruguayo, Don Fernando Assuncao, en su libro “Pilchas Criollas”. Cuenta allí: “Quienes primero usaron una jerga cuadrilonga sujeta a la cintura y larga hasta la rodilla, de una tela basta de telar, fueron los indios en los establecimientos misioneros”, y fue éste un recurso de los jesuitas para cubrir las denudeces de aquellos pueblos originarios que estaban catequizando y educando de acuerdo a la cultura occidental. Continúa “Posteriormente se suministraba a los indios, un gorro, una camisa, unos calzones y un poncho, pero estuvo muy lejos de eliminar el uso de aquella prenda tan simple y cómoda (el chiripá), especialmente en las faenas del campo y en particular en aquellas largas jornadas a caballo…”. A continuación sostiene que “hasta el nombre a mi juicio es de este origen misionero-guaraní. En nuestra lengua “chiripa”, significa cosa de poca monta o valor. (…) Resultaría así que para los Padres, los indios catequizados eran vestidos de chiripa”, y luego, como el idioma guaraní acentúa en la última sílaba, el uso diario hizo que la palabra dejara de ser “chiripa” para pasar a ser “chiripá”, tal cual la pronunciamos en la actualidad.
Don Justo Sáenz sostiene que fue prenda típicamente argentina, uruguaya y riograndense.
Don Carlos A. Moncaut, en sus inicios de escritor, publicó en 11/1958 un artículo referido a la pilcha que nos ocupa, en el diario “El Pueblo” de Magdalena, y allí arriesga un origen: “Luego de los quichuas que fueron quienes lo usaron originariamente, fue adoptado por los araucanos, de quienes lo tomaron los indios pampas. Estos, a su vez, lo transmitieron al gaucho, quien comenzó a llevarlo a partir de 1780”
Otro estudioso de la vida gaucha, don Federico Oberti, que también rastrea orígenes dentro los pueblos nativos afirma: “los mapuches lo usaron ocasionalmente y lo denominaron chamal primero lo usaron a “la orientala”, y más tarde pasado entre las piernas.”
La denominación de “a la orientala”, responde a la forma de usarlo de los uruguayo, que viene del uso impuesto en las ya citadas misiones; así, el chiripá no va pasado entre las piernas, ya que la tela cuadrilonga que lo compone, se envuelve a la cintura de derecha a izquierda y se sujeta con la faja, quedando como una pollera, siempre con el calzoncillo debajo. El notable pintor oriental Juan Manuel Blanes lo ha inmortalizado en una obra titulada “Los 2 chiripaes”.
Hacia 1845, Francisco Javier Muñiz, en su ensayo de “Diccionario Rioplatense”, lo define: “Todo campesino y soldado a caballo usa el chiripá en la República del Plata. El chiripá lo forman de un poncho o jerga tejida del país, o de fábrica inglesa; alguna vez lo hacen de paño”.
Está claro que los primeros usuarios fueron las personas de bajos recursos; por eso al despuntar el 1800, Félix de Azara deja testimonio, al decir: “Y los peones o jornaleros y gente pobre, no gastan zapatos; los más no tienen chaleco, chupa ni camisa y calzones, ciñéndose a los riñones una jerga que llaman chiripá”. Éste, según el ya citado artículo de Moncaut, era de un paño “liviano y burdo de algodón, generalmente de color beige, y veces con franjas de varias listas blancas, fue el más común”, esto último refiere a las telas o ponchos listados, conocidos como “de a pala”.
Poco a poco su uso se extenderá a todos los niveles sociales de la vida rural, y los chiripaes de merino negro, con blusa o saco, bota de potro o fuerte, llevados debajo de la pantorrilla, eran prenda de lujo. Vale aclarar que en plena tarea de a caballo, o en el transcurso de la yerra o al jinetear, se lo usaba corto a la rodilla o arriba de esta.
El ya citado Moncaut informa que hacia 1908, en el Tuyú, “vivía un negro pobre que usaba chiripá de arpillera”, y esto me trae al recuerdo, la oportunidad en que pregunté a mi abuelo (nacido en 1900), si recordaba en su niñez haber visto hombres de chiripá, y luego de hurgar en su memoria, me respondió: “Uno solo, un paisano viejo que era mi padrino, muy pobre, y usaba chiripá de bolsa de arpillera; andaba en sulky, siempre acompañado por un chico, para que le vaya abriendo las tranqueras”. Grata coincidencia.
“Vestían los “gauchos sureros” de mi infancia (refiere Nicanor Magnanini, de Juárez y allá por 1880/82) amplio “chiripa” o chamal para lo cual se valían de un poncho al que le cosían la boca”. // No vi jamás chiripás de paño ornado con bordados de colores llamativos. Bajo el chiripá algunos hombres ya muy viejos (…) usaban ancho calzón blanco que caía y sobrepasaba la bota de potro; pero fueron los menos”. 
Ilustramos ahora con unos versos que Martín Castro tituló “El Chiripa” 
(Los versos se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")